martes, 11 de febrero de 2014

Jota Erre

El caos, el caos...
Gaddis es uno de los novelistas que inspiraron a escritores de una importancia y una dificultad como Pynchon o Foster-Wallace. Aquí, con su obra completa en proceso de publicación (después de muchos años en los que vivió en el limbo de la descatalogación editorial), parece casi imposible no leerlo a través de estos autores que fueron sus discípulos, es decir, de forma retrospectiva. Y puede decirse que con él y con otros narradores como Barth y Gass, también editados por Sexto Piso, se inicia lo que se da en llamar la novela posmoderna, caracterizada por la fragmentación, el caos, la incomunicación, el humor (casi siempre irónico) y la crítica implícita o explícita al capitalismo en su salvaje fase actual. Estas premisas dan a la obra, por lo general, un carácter difícil pues renuncian de forma abierta a catalogarse dentro de la novela clásica, pues consideran que una nueva época no puede escribirse con los moldes antiguos. No domina el orden, sino la entropía. El mundo es caótico, y así es Jota Erre.

(...) el conocimiento debe organizarse de modo que se pueda enseñar, y tiene que reducirse a información para poder organizarse, ¿entienden? En otras palabras, esto nos lleva a asumir que la organización es una propiedad inherente al propio conocimiento, y que el desorden y el caos no son más que unas fuerzas irrelevantes que lo amenzan desde el exterior. Pero, en realidad, es exactamente al revés. El orden no es más que un estado débil y peligroso que tratamos de imponer sobre una realidad básicamente caótica...(P. 34)

La novela está construida como un enorme conglomerado de diálogos en los que un narrador apenas introduce unos brevísimos comentarios, más a modo de acotaciones, que tampoco dan muchas pistas sobre lo que estamos leyendo. Estos diálogos se intercalan, se cruzan y mudan constantemente de espacio y de interlocutores sin que el lector pueda seguirlos siempre de forma clara, como si fuera una grabadora que se trasladara a todas partes, captando todos los giros propios de las conversaciones, con sus digresiones, sus interrupciones y su falta de continuidad y, además, los sonidos de radios y televisiones que nos bombardean —a ellos y a nosotros.
Los personajes no nos son jamás presentados, van apareciendo y desapareciendo y, a medida que vamos avanzando a través de la novela, los vamos identificando, pero pocas veces de forma segura. Con este mecanismo, Gaddis manifiesta uno de sus planteamientos: que vivimos en un mundo que es un ruido constante e ininterrumpido, ramificado. Uno de los hechos curiosos narrados es el de una máquina capaz de criogenizar las “esquirlas de ruido” que evitaría la contaminación acústica. El ruido congelado luego se arrojaría al mar, donde se descongelaría, pero en la prueba de la máquina, congelan la 5ª sinfonía de Beethoven, que se descongela abruptamente y le estalla en la cara a uno de los personajes. Pues bien, parece una graciosa metáfora de la novela que Gaddis construyó: una bomba de ruido que le estalla en la cara al lector.
El argumento, como es de imaginar, está directamente relacionado con la construcción de la novela (y viceversa). No es uno más importante que el otro, la novela no es solo “de qué va” sino también cómo está hecha.

-Joder, ¿ves, Tom, joder, ves?, joder, un tipo listo, así evita que nadie le diga lo que tiene que hacer, ¿verdad Bast? Escribe una cantata que no necesita argumento, problema es que todo el mundo por todas partes quiere que le digan lo que va a ocurrir, no necesita argumento (...)(P. 614).

Pero en el apartado “de qué va”, podríamos decir, brevemente, que trata de la construcción de un imperio financiero de la noche a la mañana por parte de un niño, Jota Erre Varsant, que, a raíz de una excursión escolar a una empresa y a la adquisición de una acción como proyecto de clase, se obsesiona con el mundo financiero y comienza a dar rienda suelta a su ambición a través de la compra por correo de acciones devaluadas, cuyo movimiento comienza a alertar a grandes grupos bursátiles. El crecimiento de su imperio de papel conlleva toda una serie trastornos a aquéllos que de forma casi involuntaria, se ven metidos en la vorágine capitalista de Jota Erre, en especial a Edward Bast, un joven músico deshauciado, que se convertirá en una marioneta de las ambiciones del niño debido en parte a su paupérrima condición.
Y Bast, aquí, junto con otros personajes como Jack Gibbs (autor aquí de Ágape se paga, también publicada por Sexto Piso), sirven al autor para criticar la situación del arte dentro de una época hipertecnificada, dentro de la época de la repoductividad técnica, como diría Benjamin, donde los valores estéticos y la figura del artista han dejado su lugar, apartados por los valores del entretenimiento, de la productividad y de la rentabilidad.
Así, no es casualidad que una de las primeras empresas que aparezcan, se dedique a la producción de los rollos de pianola, una de las obsesiones de Gaddis, que es la perfecta metáfora de la marginalidad del artista, pues con la pianola ya nadie necesita saber tocar el piano, basta con introducir el rollo para que el piano toque solo. Disparen al pianista.
Los pintores sólo sirven para que sus obras puedan desgravar impuestos a los “benefactores”, los escritores, para redactar discursos a terceros y para crear opiniones favorables sobre ciertos asuntos turbios con libros tendenciosos, muy bien remunerados.
El mundo interior de los negocios, por decirlo así, también formaría parte de los personajes, como un personaje colectivo formado por directivos capaces de provocar guerras civiles en países de África para conseguir saltarse restricciones legales y pagar barato por ciertos recursos naturales, exmilitares, trepas, abogados desesperados, secretarias aburridas y pequeños empresarios, siempre desfalcados por las grandes pirañas.
Hemos hablado de cómo el narrador tiende a mantenerse al margen, pero cuando aparece, es capaz de deslumbrar:

-la cabeza de ella cayó de nuevo sobre la almohada de él enterrada en el cuello de ella, en el pelo de ella, labios investigando los detalles de la oreja de ella, manos moviéndose detenidas y, detenidas, moviéndose de nuevo como si la vida se hubiera acabado (...) (P. 744)

Toda la obra está marcada por la inteligencia del autor, pero que no es una inteligencia que desborde al lector, pues siempre está ejerciéndola con humor. Gaddis no agota, entusiasma, cumple de sobra las espectativas y el esfuerzo de su lectura no defrauda.
Próximamente, se editará en Sexto Piso Los reconocimientos, considerada su obra más importante.


Hernán.10/2/2014

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